Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Adviento – Página 4 – Espiritualidad digital

La carne se hizo palabra: el antiadviento

Ayer, llena de gozo, gritaba la Iglesia: «¡Viene el Señor!» ¿Habrá alguno, de entre quienes tanto lo necesitamos, que le diga: «No vengas, no es necesario»?

Uno que mucho lo necesitaba se lo dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Es como el «antiadviento». Él, que vio a Dios hecho hombre, pidió que la carne se hiciera palabra. Nosotros esperamos a la Palabra hecha carne.

Y, sin embargo, la fe de este hombre nos ilumina a todos. Perdona el trabalenguas: la Palabra se hizo carne, y de esa carne brotó la palabra. La carne llega a los sentidos, la palabra penetra en lo profundo del alma y lo sana todo.

¿Aún no lo entiendes? ¿De qué me serviría que el Hijo de Dios se haya hecho hombre, si ese hombre, con palabras de Amor, no me llama? Es grande el anuncio: ¡Viene el Señor! Pero lo que me hace estremecer es que viene, me mira, y me llama por mi nombre. ¡Viene por mí!

Basta que lo digas de palabra… No. No es el antiadviento, sino la consumación de la promesa. Cuando vengas, Jesús, ¡háblame!

(TA01L)

Lo que se espera de quien espera

Un año más, la Iglesia despierta a sus hijos con este anuncio: «¡Viene el Señor!».

He escrito mal. «Un año más» es una expresión estúpida. Otro año, otro Adviento, más de lo mismo… ¡No! El anuncio debe escucharse con oídos vírgenes, como si fuera el primer grito, porque lo es. Es un único grito, lanzado el día de la Ascensión, y que el viento del Espíritu trae hoy a nuestros oídos: «¡Viene el Señor!». Despierta.

¿Qué se espera de quien espera? Que esté vestido, preparado. Que mire por la ventana para ver llegar a Aquél que viene. Que baje el sonido del televisor para escuchar sus pasos sobre la nieve.

¿Estás vestido? Revestíos del Señor Jesucristo (Rom 13, 14). Confiésate en estos primeros días, reviste de gracia tu alma, que no te encuentre el Señor «con esos pelos».

Asómate a la ventana para verlo llegar. Dedica cada día un tiempo generoso a la oración y la escucha de su palabra. Y cada mañana lo verás más cerca.

Baja el ruido, que el Verbo debe ser recibido en silencio. Vive con sobriedad estos días. Menos tele, menos alboroto, y cuidadito con esas comidas «navideñas» de trabajo, que aún no ha llegado.

(TAC01)

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