El que se queda en la puerta
El santo es como una madre que, con su vida, te dice: «Hijo, entra en casa». Hasta que no conoces a un santo, ni siquiera sabías que tenías un Hogar. Pero la cercanía del santo te muestra las puertas abiertas de casa y la sonrisa de Dios. Entonces pasas, y ya eres otra persona. Has sido acogido por tu familia, no quieres salir. ¿Cómo pudiste vivir sin ellos?
El malvado vive de espaldas a Dios. Está lejos de casa y no quiere entrar. Lanza piedras, hace ruido y blasfema. Pero no atrae sino a los hijos de las tinieblas. Es un dolor, nunca un reclamo. Sufres por él, quisieras verlo en casa, pero no te sientes movido a imitarlo. Sus caminos son fríos y oscuros.
En cambio, el tibio…
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren.
El tibio se queda en la puerta de casa. Ni entra, ni sale. Se queda allí charlando, frivolizando y dando mal ejemplo. Y a muchos que quieren entrar los ahuyenta. Y a otros los hace tan tibios como él.
Líbrenos Dios de la tibieza.
(TOI21L)