El yugo suave
¿Te has fijado en cómo el sacerdote, al ofrecer durante la Misa pan y vino, vierte una gota de agua en el cáliz? ¿Sabes lo que le sucede a esa minúscula gota de agua? Que queda absorbida por el vino y en vino convertida. Así sucede al cristiano que vierte su vida en la vida de Cristo: queda convertido en otro Cristo. Y lo mismo podemos decir de la cruz que todos llevamos.
Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
Pocos experimentan la suavidad y la dulzura de esa cruz, porque pocos toman sobre sus hombros la cruz del Señor. Preferimos llevar la nuestra y, como bastante pesada se nos hace, no nos atrevemos a cargar con la de Cristo. Nos conformamos con mirarla.
Pero si, en lugar de mirar y remirar tu cruz, quejándote de tus dolores y renegando de cada contrariedad; si, en lugar de andar tan ocupado sufriendo tus problemas, volcaras tu cruz en la de Cristo como se vierte en el vino la gota de agua e hicieras tuyos los dolores del Señor… Entonces el Amor te abrazaría, y te serían tan dulces tus dolores que pensarías que, con Jesús, da gusto hasta sufrir.
(TOI15J)











