Antes de que llegue la palabra a mi lengua…

La palabra es don y problema. Es un don, porque nos permite comunicarnos. Y ese don brilla como el sol cuando, a través de la palabra, anunciamos a Jesucristo o pronunciamos su nombre. Sin palabra no habría anuncio, y sin anuncio no habría fe. Pero la palabra se vuelve problema cuando nos atrapa y queremos encerrar en ella todo el conocimiento. Se nos llena de palabras el cerebro y, cuando un rayo de Amor divino quiere alcanzar el hondón del alma, un barrizal de palabras le impide alcanzar la puerta.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños.

Por la gracia divina somos hijos de Dios. Pero los hijos de Dios no crecen con el tiempo, sino que van menguando a lo largo de los años. Hasta que un día –y ese día tiene que llegar– te ves como un recién nacido que aún no sabe hablar. Se despeja el entendimiento de palabras, y recibes la noticia del Amor como quien recibe un beso, una caricia o un abrazo. Toda tu respuesta es un vagido. Eso es el cielo.

(TOI15X)