Mientras celebramos el Adviento en la Iglesia, no estará mal recordar que también el Señor tiene su Adviento. Nosotros le esperamos a Él, y gritamos: «Ven, Señor Jesús». Pero Él también nos espera a nosotros, y nos dice: «Ven tú, que hay la misma distancia. Me dices que me esperas… Yo llevo años esperándote a ti»
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Muchas veces al día, si sabes detenerte y escuchar, oirás una voz en lo profundo del alma: «Ven a Mí y descansa. Huyes de Mí, te escapas, te vas a “las cosas”, a las preocupaciones, al ruido, a tus planes… y todo eso te cansa. Ven a Mí, recuéstate en Mí, descansa en Mí».
Es el momento de rezar. No tiene sentido que gritemos: «Ven, Señor Jesús» si no estamos dispuestos a salir a su encuentro. Y «salir», en este caso, es «entrar»: entrar en tu alma, recogerte, poner distancia con las cosas y las preocupaciones y buscar al Señor en el silencio del santuario interior.
Si no estás dedicando todos los días un mínimo de quince o veinte minutos a la oración en silencio, no estás viviendo el Adviento.
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