He descubierto que, con la edad, cada vez me enfado menos. Por un lado, me alegra, igual me está entrando la mansedumbre por las arrugas. Por otro, me preocupa, porque igual estoy perdiendo energía. Aunque cuando veo a personas que, cuanto más viejas, se hacen más cascarrabias se vuelven, creo que prefiero lo mío.
Repaso mis enfados pasados, y con la distancia veo que, en el ochenta por ciento de los casos, no era para tanto. Hay un veinte por ciento de enfados de los que me alegro. Y leo hoy el enfado de Santiago y Juan y me troncho:
Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos? Jajaja, yo nunca llegué a tanto. Creo. Jesús se volvió y los regañó. Mira, ahí tienes un enfado bueno.
Jesús se enfadó muy pocas veces. Pero fueron enfados justificados. Pudo enfadarse otras muchas y, en lugar de eso, reaccionó con mansedumbre. Es decir, que se enfadó un veinte por ciento de las veces en que pudo enfadarse. La cuota de enfados lícitos.
Por eso yo le agradezco al Señor que me enfade menos, pero le pido que, cuando tenga que enfadarme, ruja como el león. Como Él.
(TOI26M)