Decidme qué pinta una monja llamada por Dios a la vida de clausura, pobreza, silencio y contemplación recorriendo España, buscando dinero por todas partes, negociando con príncipes y nobles… Son bromas de Dios. Te llama a ser María y te pide que friegues más platos que Marta. Preguntadle, si no, a san Bernardo o a san Gregorio Magno. En ocasiones, Dios te llama a una vida y después te pide que se la entregues. Es la renuncia suprema, la de la propia llamada.
Y es que santa Teresa de Jesús fue verdaderamente de Jesús. «Vuestra soy, para Vos nací. ¿Qué mandáis hacer de mí?» Dios la llamó a la quietud y después le pidió trabajos. «Si queréis que esté holgando, quiero por amor holgar. Si me mandáis trabajar, morir quiero trabajando».
Está visto que Dios no quiere que nos instalemos en esta vida. Por eso tantas veces nos llama a una cosa y nos pide otra. Lo pienso cada vez que me veo durante horas ante el ordenador cuadrando las cuentas parroquiales en los bancos y pagando facturas. «Señor, me llamaste al sacerdocio y me tienes ejerciendo de contable».
Porque ante todo, como Teresa, también nosotros debemos ser «de Jesús».
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