A muchas personas que rezan día y noche el Señor quisiera decirles: «No me escuchas». Pero no se lo dice, porque no le escuchan. Si le escucharan, tampoco se lo diría, porque ya no haría falta.
Piden por esto, piden por aquello, piden por fulano, por mengano, zutano y perengano, piden por ellos mismos, piden perdón, dan gracias, le cuentan a Dios sus penas, comparten con Él sus alegrías, lo alaban, le cantan, le bailan… pero no le escuchan.
¿Cómo te sentirías tú si alguien te estuviera hablando todo el rato, sin parar, sin tomar aire, sin detenerse a escucharte, sin dejar de emitir, una tras otra, miles de palabras? ¡Menudo dolor de cabeza! A veces creo que Dios es un gran consumidor de paracetamol. Pobre.
Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
Te va a llegar la muerte sin haber escuchado a Dios. Y cuando esté a las puertas, puede que la enfermedad te obligue por fin a callar y guardar silencio. Entonces escucharás a Dios que te dice: «¿Ya puedo hablar?». Le responderás: «Sí. ¿Qué tienes que decirme?». «Que te quiero. Pero no has querido escucharlo hasta hoy».
(TOI25M)