La llave de la parábola

Hay parábolas como acertijos. Para entenderlas, tienes primero que encontrar la llave que la propia parábola esconde. Y, una vez encontrada, abres la parábola y todo se entiende. En la parábola de los obreros enviados a la viña la llave está casi al final:

¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Queda claro que el salario no se paga según las leyes del mercado. Aunque un denario por jornada era el salario común entre los jornaleros de la época, probablemente aquel propietario no necesitaba contratar tantos trabajadores. Lo hacía por pura bondad, para que no estuvieran ociosos y ganaran algo para su sustento. En ese caso, tanto el trabajo como el salario se convierten en puro don. No había motivo para quejarse si el compañero recibía lo mismo habiendo trabajado menos. Sólo había lugar para la gratitud.

Dios no nos necesita para nada. Si nos pide que trabajemos para Él, es porque nos ama y sabe que ese trabajo nos santifica. Y si, además, nos paga…

¡Bendito denario, el de la comunión! Y comulga igual quien vive habitualmente en gracia que quien acaba de confesar un pecado mortal. ¿Acaso Dios es injusto? ¿O es que es bueno?

(TOI20X)