El martirio conyugal

En ocasiones, los sacerdotes tenemos que sufrir a maridos celosos. No me interpretéis mal, que también encontramos mujeres celosas. No están celosos de nosotros, sino de Dios. Pero ¿con quién van a emprenderla? Con el cura, naturalmente.

«Antes de que mi esposa se convirtiera, yo era dios para ella. Ahora tiene otro dios». Me lo dijo un marido celoso, casi me sacude. Quiso el Señor que, al poco tiempo, también él se convirtiera.

Pero no siempre es así. En ocasiones, hay personas casadas que, al convertirse, tienen que sufrir la ira de sus cónyuges mucho más de lo que la sufre el sacerdote. Es un martirio conyugal que, si se sobrelleva con paciencia, puede redimir al cónyuge airado. El marido de quien hablé en el párrafo anterior costó muchas noches de vigilia y oración a su esposa.

Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta. Es una paradoja terrible. Quien abre sus brazos para acoger y salvar a los hombres sirve a muchos, sin embargo, de piedra de escándalo. Os sucederá también a vosotros, casados y no casados. Unos serán salvados por vuestro ejemplo; otros, por vuestra paciencia. Y todos, si Dios quiere, por vuestra oración.

(TOI17V)