Probablemente, Jesús pronunció varias veces las bienaventuranzas. Y con palabras distintas. Hoy es san Lucas quien nos las transmite.
Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios… ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
En esta versión del mismo discurso, Jesús marca dos lugares donde puede desarrollarse la vida del hombre. Es como si te mostrase dos ciudades. La primera se llama «Bienaventuranza» y la segunda se llama «Ay». ¿En cuál de las dos quieres vivir?
En Bienaventuranza, la ciudad en cuyo centro se alza la Cruz, se sufre necesidad exterior y dicha interior. Sus habitantes son pobres y humildes, son odiados y perseguidos por el mundo, pero son inmensamente felices, porque han abierto sus corazones al Amor de Dios derramado desde el costado abierto de Cristo. Sus penalidades son temporales, sus gozos eternos.
En Ay, la ciudad del becerro de oro, reinan el dinero y los placeres de este mundo. Sus habitantes construyeron una ciudad próspera, y no les falta nada… salvo la dicha. Padecen un permanente tormento interior, porque están vacíos.
Tú sabrás dónde quieres vivir. Yo prefiero pasar necesidad y gozar de Dios que tenerlo todo y vivir en un infierno.
(TOI23X)