 Me hacen gracia algunos cristianos que, seguramente movidos por su deseo de ahorrarle trabajo al pobre Señor, están dedicados en cuerpo y alma a la confección adelantada del Juicio Final. Miran a su alrededor: éste es un caradura, éste miente como un bellaco, éste es un cínico, de éste no te fíes…  Así, cuando el Señor vuelva sobre los cielos, le dirán: «No te canses, Jesús. Ya te he hecho yo el Juicio Final. Toma, aquí están las sentencias. Todos al infierno menos yo».
Me hacen gracia algunos cristianos que, seguramente movidos por su deseo de ahorrarle trabajo al pobre Señor, están dedicados en cuerpo y alma a la confección adelantada del Juicio Final. Miran a su alrededor: éste es un caradura, éste miente como un bellaco, éste es un cínico, de éste no te fíes…  Así, cuando el Señor vuelva sobre los cielos, le dirán: «No te canses, Jesús. Ya te he hecho yo el Juicio Final. Toma, aquí están las sentencias. Todos al infierno menos yo».
Vosotros juzgáis según la carne.
Juzgar según la carne es juzgar con las vísceras: con ira, sin compasión, por interés y, sobre todo, sin conocer realmente a los juzgados. ¿Qué sabes tú de la infancia de tu prójimo, de su educación, de sus sufrimientos, de sus amores y desamores, de sus soledades…? No sabes nada. Y juzgas según la carne: la tuya, claro.
Yo no juzgo a nadie; y, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino yo y el que me ha enviado, el Padre. Juzgar según Cristo es abrir los brazos en la Cruz, sufrir los pecados de los hombres, pedir perdón por ellos y esperar pacientemente al pecador.
(TC05LC)
 








 
 
 
 
 
 
 
 