Las palabras de Jesús sobre los escribas y fariseos son un retrato terriblemente realista de la religiosidad de aquellos hombres:
Alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame «rabbí».
Quien así hablaba moriría poco después desnudo, ultrajado y humillado, cosido con tres clavos a una cruz. La distancia entre Cristo y aquellos hombres preocupados por honores y reconocimientos es infinita. Cierto, los escribas y fariseos oraban. Pero desde el otro lado. Ante la Cruz, menearon la cabeza y se burlaron del Señor. Oraban contra Cristo.
Si quieres saber si eres un verdadero cristiano, no te preguntes cuánto rezas o a cuántas celebraciones, adoraciones y retiros acudes. Pregúntate, más bien, por la distancia entre tu vida y la Cruz. Porque cualquier espiritualidad que no tenga la Cruz en el centro mismo de su entraña no es digna de ser llamada cristiana.
Lo he escrito mil veces, lo escribiré mil más: La Cruz no es una devoción. Es el centro del Cosmos y de la Historia. Es la única puerta del cielo.
(TOI20S)