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Espiritualidad digital – Página 10 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Joaquín, Ana y mi sobrina

Tengo una sobrina de quince años enamoradiza. Da como miedo. Le pregunto si uno de los chicos de los que se ha enamorado sabe que está loca por él y me responde: «No sabe que lo sabe, pero lo sabe. No sé si me explico»… En fin, que así se explica mi sobrina.

Y me viene al pelo, además hoy es su santo. Porque a Joaquín y Ana se les aplica de maravilla el galimatías de la adolescente irredenta que tengo por sobrina.

¿Sabían Joaquín y Ana que su hija era inmaculada? ¿Sabían que su nieto era nada menos que Dios hecho hombre?

Sabían, desde que María nació, que esa niña era más del cielo que de la tierra. Sabían que en sus ojos había claridades nunca vistas. Sabían que su hija guardaba en el pecho un corazón resplandeciente de pureza y humildad.

Sabían, desde que conocieron a su nieto, que aquel niño no era como los demás. Sabían que estar con el pequeño Jesús era estar en el cielo. Sabían que, cuando se marchaba de su casa, hubieran querido retenerlo para que no se fuese.

Por tanto, que responda mi sobrina: No sabían que lo sabían… pero lo sabían.

(2607)

Santiago «el mayor»

Aquí en España (no sé si también en Hispanoamérica) lo llamamos «Santiago el mayor». El otro, pobrecito, ha quedado como Santiago «el menor». Y eso que era primo de Jesús. Pero igual era bajito.

Habrá que reconocer que consiguió lo que quería. O, al menos, lo que quería mamá: Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Quería que su hijo fuera «grande», y ahí lo tenemos. No grande, sino «el mayor».

El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor. En lo que mamá se equivocaba era en el camino. Quería que su hijo alcanzara la grandeza con una vicepresidencia del gobierno supuestamente instaurado por Jesús. Pero Cristo no instauró ningún gobierno terrenal.

Cristo reina desde esa cruz en la que se hizo el último de los hombres. Y Santiago es «el mayor» porque fue el primero entre los apóstoles en unirse a esa cruz y derramar su sangre por Él.

Ojalá desprecies los honores terrenos y aspires tú también a esa grandeza. Ojalá te apresures a hacerte el último allí donde estés. Ojalá encuentres la dicha en un abrazo amoroso a la Cruz.

(2507)

Jesús de lejos, Jesús de cerca

Perdonad que vuelva a hablar de la horrorosa megafonía de mi parroquia. Me acuerdo del papa Francisco, porque llevo casi un año predicando para las periferias. Es un efecto curioso: los de cerca no oyen nada, sólo el eco; los del último banco, sin embargo, se enteran de todo. Quizá tenga que ser así. A menudo, los de los últimos bancos son los más necesitados de predicación.

Es que mi parroquia no es normal. Lo normal es al revés: que los de cerca se enteren de todo y los de lejos pierdan el sonido. Así le sucedía también al Señor:

A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no.

Quienes eran meros «oyentes» del discurso no se enteraban de las parábolas. Eran los de cerca, los apóstoles, quienes entendieron, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer (Jn 15, 15).

A cambio, a los de lejos Jesús les curo a los enfermos y les multiplicó los panes. Los de cerca pasaron hambre y murieron mártires. Porque Jesús, si estás lejos, te salpica. Si estás cerca, te quema.

Tú eliges. Pero elige con cuidado.

(TOI16J)

Quién mueve la Iglesia

El siglo XIV es un siglo terrible en la Historia de la Iglesia. Los papas vivían lejos de Roma, en Avignon, refugiados allí por temor a sus enemigos. Y su vida no era, precisamente, ejemplar.

Un historiador dirá que la vuelta de los papas a Roma se debe a la visita que santa Catalina hizo a Gregorio XI y a las numerosas cartas que santa Brígida envió a Avignon.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. De nada hubieran servido mil cartas y la visita de todos los embajadores si no hubiera habido detrás un misterio de santidad. Porque no fueron las cartas ni la visita, fue la santidad de Brígida y de Catalina la que, sirviéndose de ambas cosas, devolvió a Roma su curia.

La Iglesia no la mueven los papas. La Iglesia la mueven los santos. Ellos, con su vida, insuflan sangre nueva y limpia en el cuerpo de Cristo. Ellos cambian el mundo.

A ver si te animas. No tienes ni idea de lo que puede hacer Dios contigo si te decides, de verdad, a ser santo.

(2307)

María y el Cantar de los Cantares

Si queréis conocer a María Magdalena, la encontraréis en el Cantar de los Cantares. Ese libro es todo suyo. Y de Cristo.

En mi lecho, por la noche, buscaba al amor de mi alma; lo buscaba, y no lo encontraba. «Me levantaré y rondaré por la ciudad, por las calles y las plazas, buscaré al amor de mi alma» (Ct 3, 1-2).

Es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo; sus dardos son dardos de fuego, llamaradas divinas. Las aguas caudalosas no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos (Ct 8, 6-7).

He gastado mucho espacio en citas, pero vale la pena. No hay comentario mejor. Porque si María, en ese domingo de aparente derrota, madruga, sale de casa, llora, deja atrás a los mismos ángeles y se echa a morir junto a un sepulcro, no lo hace sino movida por el amor. Un amor apasionado, inconmensurable, que quizá nació el día en que Jesús arrojó de ella a siete demonios. De otros ha arrojado setenta, y se conforman con un padrenuestro por las noches y la misa del domingo.

Aprende de ella. No te quedes a distancia. Abrásate en amor de Cristo.

(2207)

Nos gusta el ruido

¡Cómo nos gusta el ruido! Me dicen: «Padre, vamos a tomar un vuelo a Italia para visitar el lugar de un milagro eucarístico». Y respondo: «No os gastéis dinero. Si queréis presenciar un milagro eucarístico, venid esta tarde a misa de ocho. ¿Acaso os parece poco milagro que un pedazo de pan se convierta en el cuerpo de Cristo?» Pero, claro, en misa de ocho el milagro no hace ruido. Y nos gusta el ruido; nos emociona, y nos gusta emocionarnos.

Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Jonás no parecía un enviado de Dios. Y no hizo ningún milagro. No armó ruido. Al revés, se sumergió durante tres días en el silencio del vientre de una ballena. Pero los ninivitas creyeron.

Así está Jesús en el sagrario. Me hace gracia que me pidan que lo exponga en la custodia todo el rato. ¿Es que no lo reconocéis callado en el tabernáculo, como Jonás en el vientre de la ballena? ¿O es que os gusta el ruido? Lo expongo los jueves. Si lo expusiera todo el rato, no tendría gracia.

Ojalá aprendáis a amar al Dios callado.

(TOI16L)

Mi casa es tu castillo

Marta y María son dos personas extraordinarias, de ésas que uno agradece haber conocido. Marta es una gorda maravillosa con bozo y mandil, y María es una mística.

No voy a entrar hoy en que si Marta o María, si la acción o la oración. Ya me aburren esas disquisiciones que separan lo que debe ir siempre unido. Yo quiero fijarme en el revuelo. El revuelo que se arma cada vez que Jesús entra en su casa.

Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios. La una escuchando, la otra friendo las gambas con gabardina, pero las dos pendientes del Señor.

Dicen los ingleses «My home is my castle», lo cual es una forma de expresar que en mi casa mando yo. Y cuando entra Jesús lo meto en la capilla y ya pasaré a rezarle un padrenuestro. Pero, en casa de estas hermanitas, cuando Jesús entraba era el Señor, el Amo de la casa. Y todo se ponía patas arriba para que Él estuviera bien.

Ojalá dejes entrar así a Cristo en tu vida. Ojalá tu casa sea su castillo.

(TOC16)

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