La parábola de las diez minas nos viene bien para meditar sobre el juicio particular. Porque aquellos empleados, al volver el amo convertido en rey, fueron llamados uno a uno para rendir cuentas.
Mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.
También nosotros, cuando nuestra vida en la tierra acabe, seremos llamados por el Rey. Y tendremos que rendir cuentas de cuanto hemos recibido; del dinero, desde luego, hasta el último euro, pero, muy especialmente, de la fe, el gran don recibido en el Bautismo.
Creo sinceramente que este juicio es distinto para cada uno, según la relación que haya tenido con Cristo en esta vida. No es lo mismo que te juzgue un extraño o que te juzgue un jefe, o que te juzgue un amigo. Si, al llegar ante el estrado, encuentras a tu mejor amigo en la tribuna del juez, se te pasa el temblor.
En todo caso, la mejor preparación para el juicio particular es el examen de conciencia nocturno, donde detectamos las pequeñas infidelidades antes de que se agraven y pedimos perdón. ¿No es eso lo que hacen los amigos?
(TOI33X)

















