San Lucas no nos dice cómo ni cuándo había perdido la vista aquel ciego. Pero quizá llevaba años sin ver nada. Cualquier persona en esa situación, si recobrase la vista, lo primero que haría sería buscar a sus padres, a su mujer, a sus hijos, a los seres queridos a quienes hacía años que no veía. También querría contemplar las nubes, los campos, los ríos… Hay mucho que ver para quien ha estado ciego.
O no.
Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado». Y enseguida recobró la vista y lo seguía.
Lo más asombroso de esta curación no es que el ciego recobre la vista. Es que lo primero que ven sus ojos al abrirse es el rostro de Cristo. Y, desde ese momento, ya no desea ver nada más y lo sigue; no quiere perderlo de vista. Sin saberlo, ha cumplido con las exigencias que Jesús pide a sus discípulos. Ha pospuesto a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos… Hay tanto Amor, tanta belleza en ese rostro, que los ha olvidado.
Así será cuando resuciten nuestros pobre cuerpos. Nuestros ojos verán al Señor, y ya no querremos ver nada más.
(TOI33L)











