¿Y qué quiere Dios de ti?
Es tan maravillosa la promesa, que deberíamos asegurarnos por todos los medios de poder alcanzarla.
El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre.
Conocer la voluntad de Dios no siempre es fácil. Lo fácil es identificarla con la nuestra. «Si yo lo quiero, lo quiere Dios. Y, si no lo quiere, ya me encargaré yo de que lo quiera». Pero, de este modo, jamás podrás ser hermano, hermana y madre de Cristo. Tan sólo soñarás con ser su jefe.
Para conocer la voluntad de Dios es preciso rezar mucho, y rezar bien. No basta con hablarle a Dios; hay que escucharlo en lo profundo del alma, dejando que sus palabras, acogidas en silencio, alumbren luces nuevas en nuestro interior. Cuando se lee así el Evangelio, surgen propósitos, afectos, inspiraciones que son fruto de la acción del Espíritu.
Y, después, muchas veces tendrás que contrastar esas luces en la dirección espiritual, para que el sacerdote te confirme que vienen de Dios.
En tercer lugar, tendrás que entregar la vida para cumplir esos designios amorosamente alumbrados en tu alma. Y serás hermano, hermana y madre de Cristo.
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