Ver mientras miramos
Alguien dijo que fe significa creer lo que no vemos. Pero san Juan nos ha enseñado que la fe es ver, ver con los ojos del alma lo que escapa a los ojos del cuerpo. No, el acto de fe no consiste en cerrar los ojos y gritar: «¡Creo!», sino en mantener los ojos muy abiertos y dejar que una luz ilumine lo que hay detrás del misterio contemplado. Mientras los ojos miran a la Hostia encerrada en la custodia, el alma susurra: «¡Señor mío y Dios mío!».
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Ante la visión de unos lienzos plegados en el suelo de un sepulcro, Juan ve a un Resucitado que ha vencido a la muerte y ha salido a la calle. Eso es fe.
Porque al Niño Dios no le salían rayos de la cabeza, como esas potencias que adornan al Niño Jesús de los belenes haciendo que te pinches cuando quieres besarlo. Al Niño Dios le asomaban moquitos por la nariz. Y la Virgen, mientras los limpiaba con su pañuelo blanco, se sumergía en un dulce asombro al pensar que estaba limpiando los moquitos de Dios.
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