Un tonto que se salva, y un soberbio que se pierde
Teniendo en cuenta que nadie es bueno sino sólo Dios (Lc 18, 19), habrá que decir que aquel padre tenía dos hijos malos: uno listo y otro necio. Como aquellas diez vírgenes, cinco prudentes y necias otras cinco. El necio pensó que podría vivir sin su padre. Y, tras pedirle la herencia, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. El listo sabía que «como en casa, en ningún sitio». Pero se aburguesó, se llenó de soberbia y se vació de amor.
La diferencia con las diez vírgenes reside en que, en esta parábola, es el necio quien se salva y el listo quien se pierde. Porque el necio, golpeado por la vida y sin el auxilio de su padre, entra en razón a su modo y vuelve a casa arrepentido. El listo, sin embargo, se pasa de listo, se cree perfecto y se permite juzgar a su padre y a su hermano.
Está claro que tiene mejor remedio la estupidez que la soberbia. Tú no caigas en la una ni en la otra. Ama a Dios más cada día y, si le fallas, no esperes para pedir perdón. Lo encontrarás con los brazos abiertos.
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