Un pozo sin fondo
Hoy, mientras contemplamos al Niño Dios, todas las criaturas, como haciendo un coro, y rendidas ante el Misterio, se unen a la voz de Juan y proclaman:
Yo no soy el Mesías… No lo soy… No… En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.
Escucha esas voces, y no lo olvides nunca: No nos salvará criatura alguna. Deja de buscar salvación en el afecto de los hombres, o en el dinero, o en el trabajo, porque nada de eso puede llenar tu corazón.
Hay uno que no conocéis. Míralo bien. A las criaturas ya las conoces: las has sondeado hasta agotarlas, y al final has alcanzado el aburrimiento, porque nada hay nuevo bajo el sol. Pero a Él, después de tantos años mirándolo, después de tantas horas de oración, después de haber leído cientos de veces los evangelios… aún no lo conoces. Es insondable, su corazón es un pozo de dulzura sin fondo y sus palabras manantiales inagotables de vida eterna. Cristo puede enfadar o provocar, pero jamás aburre. Puede, sobre todo, enamorar. En Él está la salvación del hombre.
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