Un milagro que me sale fatal

Seguramente está inspirado en esta escena evangélica el rito por el que, en el Bautismo, el sacerdote toca con el dedo pulgar los oídos y la boca del niño mientras dice: «Effetá».

Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es, «ábrete»).

Con ese rito, pedimos a Dios que se abran los oídos y los labios del niño, para que escuche la palabra del Señor y la proclame. Pero os debo confesar que es un milagro que me sale fatal. A los siete años, me vuelven a traer al niño para recibir la catequesis de comunión, y descubro que el chavalín no ha escuchado hablar de Dios en su vida, y no sabe ni recitar el Padrenuestro. Claro que la culpa no es del todo mía. ¿Cómo escuchará la palabra si sus padres no se la anuncian? ¿Cómo rezará el Padrenuestro si sus padres no se lo enseñan?

¿Cómo andas tú de oído? ¿Escuchas a Dios? ¿Qué te ha dicho hoy?

¿Cómo andas de facilidad de palabra? ¿Hablas con Dios? ¿Hablas de Cristo a quien no lo conoce?

«¡Effetá!» (a ver si ahora…)

(TOB23)