Un llanto de siglos

Las quejas (qué gracia, antes se decía las «invectivas») de Jesús hacia los fariseos no son fruto de un enfado momentáneo del Señor. Para entenderlas bien, hay que tener en cuenta que llevan siglos fraguándose. Es el Padre quien, a través del Hijo, se está quejando de su pueblo.

Por eso dijo la Sabiduría de Dios: «Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos de ellos los matarán y perseguirán»; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías.

No puedo copiarlo todo, aunque me gustaría, porque me quedo sin espacio para comentar. Dios se está encarando con su pueblo: «Os he enviado profetas y los habéis matado. Os he enviado a mi Hijo, y lo mataréis. Os he dado la llave de la puerta, y habéis taponado la puerta… No me habéis hecho caso nunca, no me habéis obedecido, ¡me llamáis Señor y hacéis lo que os viene en gana!»

Es sobrecogedor este llanto de Dios. Seamos dóciles, unamos nuestra obediencia a la de Cristo y ofrezcámosela al Padre desde el altar, consolemos el dolor de Dios.

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