Un baño en la propia miseria
¡Menudo chapuzón! Es cierto que, con estos calores, apetece hasta bañarse de noche en la playa, pero no estoy seguro que de que el remojón de Pedro sucediera en agosto. Además, lo malo no fue el baño, sino la vergüenza.
¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?
Cuando ya había dado un par de pasos sobre el agua, Pedro dudó. Al sentir la fuerza del viento, le entró miedo. Y dudó de que Cristo fuera Dios, de que tuviera poder para caminar sobre las aguas, de que pudiera darle ese poder a él, de que fuera real lo que estaba pasando…
De lo único que no dudó el bueno de Simón fue del viento. El soplo de aire gélido que le hizo temblar se le presentó, de repente, como la única verdad irrefutable. Todo lo demás quedó envuelto en un enorme interrogante.
Igualito que nosotros. Podemos estar ebrios de fervor en un momento de oración, y comulgar con lágrimas en los ojos. Pero si, al salir de la iglesia, nos dan un disgusto, esa mala noticia se presenta como lo único real y nuestra fe se convierte en interrogación. «¿Será verdad todo esto? ¿Me habré sugestionado?»
¡Pobres de nosotros!
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