La política ha puesto de moda en España el «sólo sí es sí», y el «no es no». Por desgracia, más les hubiera valido a algunos decir «no» donde dijeron «sí» y decir «sí» donde dijeron no. En ocasiones, no hay nada más sensato que un «donde dije “digo” digo “Diego”».
Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno. No quiere decir Jesús que no rectifiquemos si nos equivocamos. Recordad la parábola de los dos hijos llamados a la viña, y cómo elogió a quien transformó su «no» en un «sí». Pero a un hombre debe bastarle su palabra; el juramento es un acto grave, en el que se pone a Dios por testigo, y sólo en muy contadas ocasiones debemos acudir a él. Cuando lo hagamos, deberíamos saber que ponemos en nuestros labios la salvación de nuestras almas. Mejor andar con cuidado.
Hay síes por los que vale la pena morir: el que otorgasteis el día de vuestra boda, el que yo pronuncié el día de mi ordenación sacerdotal, el que entregamos al renovar, en la Confirmación, las promesas de nuestro bautismo… Por esos síes vale la pena gritar muchos noes.
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