No son maldiciones. Los ayes de Jesús son los dolores de Dios.
Pero el «ay» de Jesús es el Crucifijo. Como en nuestras antiguas monedas, la Cruz está en el reverso de todos los ayes del Señor.
¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres!… Jesús es el Profeta muerto a manos de los hombres. Y quienes edificaron mausoleos a los profetas antiguos después lo asesinaron a Él. Qué fácil es honrar a un profeta muerto, que ya no molesta, y no se queja cuando se manipulan sus palabras. Pero al Pastor que nos indicó el camino del Cielo lo matamos, porque no bendecía nuestros crímenes.
¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido! La Cruz es la puerta que se abrió a precio de sangre para nuestra salvación. Pero no la cruzamos, no quisimos entregar la vida. Y así, con nuestro mal ejemplo, impedimos a otros entrar.
Por eso, cuando leas los ayes de Jesús, sitúate en el reverso, en la Cruz, y súfrelos con Él. Mejor sufrirlos que provocarlos.
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