En el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios, san Pablo emplea, para referirse a la unidad entre Cristo y la Iglesia, el símil del cuerpo y sus miembros. Pero esta imagen está inspirada en la alegoría de la vid y los sarmientos, pronunciada por el propio Jesús: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.
Una misma vida corre por la cabeza y el cuerpo, y una misma savia corre por la vid y los sarmientos. Cabeza y cuerpo son uno; vid y sarmientos son uno; Cristo y el cristiano en gracia son uno.
Esa gracia la recibiste en el Bautismo, la puedes perder por el pecado, y la recuperas por la Penitencia. Quien ora habitualmente en gracia de Dios puede decir, con el Apóstol: Es Cristo quien vive en mí (Gál 2, 20). Poco a poco, si se evita el pecado mortal, la vida de Cristo se va apoderando del cristiano, y los sentimientos de Cristo van poblando su corazón.
¿Ama Cristo a esta persona? La amo yo. ¿Perdona Cristo a este pecador? Lo perdono yo. ¿Le alegra a Cristo esta noticia? Me alegra a mí. ¿Llora Cristo ante esta desgracia? Lloro yo. Soy sarmiento de Cristo.
(TPB05)