Imagínalo: Es domingo y, como cada domingo, vas a misa. Supongo que a la de siempre, a esa hora que te viene bien. Perfecto. Y cuando entras en la iglesia y haces la genuflexión, sale una voz del sagrario: «¿Qué buscas?»
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?» Ya ves, es la misma pregunta que Cristo hizo a Andrés y Juan, pero, ahora, te la hace a ti. «¿Qué buscas?»
Estás en un aprieto. Llevas tanto tiempo acudiendo a misa cada domingo, que apenas sabes responder.
«Busco tu ayuda, Señor, porque sufro y necesito tu consuelo y tu auxilio».
«Busco el cielo, no quiero condenarme, por eso vengo a cumplir con el precepto dominical».
«Busco la santidad. Quiero ser santo, y sé que no puedo serlo sin la Eucaristía».
Muy bien, muy bien. Pero ahora escucha la respuesta de Juan:
¿Dónde vives?
Ojalá fuera también la tuya:
«Te busco a ti. Vengo a tu casa porque vives aquí, y yo quiero vivir contigo. Quiero pasar mi vida a tu lado, ya no sé vivir sin ti».
Claro que, si ésa es tu respuesta, no tendría sentido que pasaras la misa mirando el reloj, ¿verdad?
(TOB02)