Somos lo que comemos
Ludwig Feuerbach no fue, precisamente, un filósofo cristiano. Al revés, él pensaba que Dios sólo era una proyección de todas las perfecciones anheladas por el hombre. Y, sin embargo, al igual que Caifás o la burra de Balaam, blasfemando profetizó. «Si se quiere mejorar al pueblo, en vez de discursos contra los pecados denle mejores alimentos. El hombre es lo que come».
Pues es verdad. Somos lo que comemos. Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Del árbol bueno, el de la Cruz, está escrito: «Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto». Porque el fruto del árbol de la Cruz es Cristo.
Hagamos caso al filósofo ateo: Dejémonos de discursos morales y démosle al hombre «mejores alimentos». Animemos a las almas a confesar y a participar de la Eucaristía, a devorar el fruto del árbol bueno. Somos lo que comemos. Quien comulga dignamente y con frecuencia, quien devora con amor ese fruto, acaba siendo él mismo devorado por tan divino alimento, y acaba convertido en otro Cristo. Luego, unido ya tan dulcemente al árbol de la Cruz, él mismo dará fruto bueno en su vida: será santo.
(TOP12X)