Siempre hay un octavo

La «trampa saducea» con que quisieron enredar a Jesús estaba «basada en hechos reales». Aquella mujer siete veces casada y siete veces viuda recordaba a Sara, la hija de Ragüel, quien, según el libro de Tobías, había estado casada siete veces, y siete veces había perdido a sus maridos en la noche de bodas. Pero, para Sara, hubo un octavo, Tobías, con quien, al final, se desposó. Y fueron felices, y comieron perdices. En el cuentecillo de los saduceos faltaban las perdices.

Porque siempre hay un octavo. Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Ese octavo es Cristo. Cuando el alma se ha desposado con los siete pecados capitales, y yace en la náusea de su propia esterilidad, cuando da la vida por perdida, y entiende que ha malgastado sus fuerzas en afanes baldíos, cuando hasta el aire le sabe a muerte… entonces, en lo profundo del abismo en que ella misma se ha sepultado encuentra una mano llagada clavada a su cruz. Y la toma, y la besa, y se agacha hasta ungir con sus lágrimas los pies del Crucificado, y se salva.

He visto eso muchas veces. Siempre hay un octavo.

(TOI09X)