Si no lo digo, reviento

La palabra «testimonio» está de moda. Pero su significado ha sido «tuneado». Si te dicen que, en una asamblea eclesiástica, se va a escuchar un testimonio, esperas algo impactante: Un asesino que se convirtió en la cárcel; una mujer que, tras abortar, se encontró con Dios; un activista del comunismo reconvertido en budista y, finalmente, bautizado… Quienes hemos ido a misa desde pequeñitos no interesamos.

No interesamos a los escenarios. Pero le interesamos a Dios, y deberíamos interesarle mucho a quienes tenemos cerca. Damos testimonio de lo que hemos visto, dice Jesús a Nicodemo. Y los apóstoles: No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído (Hch 4, 20). Quienes, aun siendo pecadores, vivimos con Cristo y lo tratamos cada día, quienes lo amamos hasta el delirio y tenemos en Él nuestra esperanza, ¿podremos dejar de dar testimonio ante quienes nos rodean?

Voy a dar testimonio. He visto al Señor y he comido con Él. Lo hago a diario, cada vez que, en la santa Misa, la fe me muestra su presencia en la Hostia. Si no lo digo, reviento. ¿No necesitas gritarlo también tú? Pues deja los escenarios para otros, y díselo al oído a tus amigos.

(TP02B)

“Evangelio