Si fuéramos temerosos de Dios…

Deberíamos hablar más sobre el don de temor. No está de moda. No tememos a Dios, pero tememos al covid, tememos a la guerra, tememos a la factura de la luz, tememos a Hacienda y tememos, sobre todo, a la muerte. Si fuéramos más temerosos de Dios, quizá seriamos menos esclavos de miedos estúpidos.

Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo.

No confundas el temor de Dios con el miedo al castigo. Quien teme a Dios sabe que Dios le ama, y que no hay pecado que no pueda perdonarle. Pero se sabe indigno de tan grande Amor, y por eso tiembla. Una falsa humildad podría llevarlo a alejarse de Él, pero el temeroso de Dios no se aleja, porque más teme vivir sin Él. Se deja abrazar y se estremece.

Si fuéramos más temerosos de Dios, acudiríamos dignamente vestidos al templo. Nuestras genuflexiones serían elegantes, palaciegas. Temblaríamos sobrecogidos por dentro durante la consagración. Y comulgaríamos con tal fervor que resultaríamos abismados en el Amor de Cristo. Por algo pone la Iglesia en nuestros labios, antes de comulgar, la oración del centurión.

Si fuéramos temerosos de Dios, piedad y asombro serían lo mismo.

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