Sal del asiento de Dios
Vas a sufrir un ataque de ansiedad; o, quizás, lo estás sufriendo ya. ¿Cómo se te ocurrió sentarte en el asiento del conductor, si eres un niño? No logras hacerte con el control del vehículo, no llegas con el pie al pedal del freno, cada curva te provoca taquicardia y todos los vehículos que circulan a tu lado te parecen enemigos. ¡Si ni siquiera sabes a dónde vas! Sal cuanto antes del asiento de Dios.
Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. ¿Por qué quieres controlarlo todo, si no eres Dios, sino una pobre criatura? ¿No te das cuenta de que no puedes?
El propio Hijo de Dios, cuando subió a aquella barca con los apóstoles y se desató la tormenta sobre el lago, iba dormido en el asiento de atrás, como los niños. ¿Quién conducía la barca? ¿Los apóstoles? ¡Qué va, ellos estaban como tú! Dios conducía la barca, las olas y los vientos. Jesús, como un niño pequeño, dormía.
Vuélvete al asiento de atrás, a la sillita del bebé. Y deja que Dios conduzca tu vida y te lleve por donde le plazca, que Él sabe. Tú descansa.
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