Sabe mal, pero sienta bien
A mí me encantaría que lo que me sienta mal no me gustase, pero no es así. Hay comidas que me gustan mucho, disfruto mientras las como, y después se me vuelven piedras en el estómago. Por eso debo comer con la cabeza y con las tripas, que son quienes saben lo que me viene bien. También hay comidas que me desagradan, pero me hacen bien. Y, qué le voy a hacer, las tendré que comer si quiero pasar la tarde tranquila. Me encantaría que me gustase lo que me hace bien, pero no siempre es así.
A todo el mundo le gustan los aplausos y alabanzas. Los fariseos, por lo visto, se ponían hasta arriba de ellas. Pero…
¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y los saludos en las plazas!
Jesús es como una mamá que dice a los niños: «No comáis eso, que os sentará mal».
Él comió afrentas y ultrajes, y nos ha sentado bien a todos.
Por eso, alégrate más cuando te desprecien que cuando te honren. Sabe mal, pero sienta bien. El mayor honor, el único honor verdadero y saludable, es sufrir con Jesús. Lo demás… basura.
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