¡Ríndete!
Fue en tiempos del profeta Samuel cuando Israel, envidioso de los pueblos cercanos, decidió que quería un rey de carne. Hasta entonces, Yahweh había sido su rey, el que los había guiado por el desierto y los había introducido en la tierra prometida. Pero renegaron de Él, y quisieron ser gobernados por un mortal. Con gran disgusto, Samuel ungió rey a Saúl. A partir de entonces, Israel fue gobernado por pecadores.
Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios. El anuncio de Cristo debe entenderse desde aquella historia. Siglos después de Saúl, el Hijo del hombre anuncia la llegada del reino de Dios. Dios volverá a reinar, y no sólo sobre Israel, sino sobre la Humanidad entera. Pero, a la vez, el pueblo de Dios tendrá un rey de carne, porque es el propio Cristo, Dios encarnado, quien recibirá el cetro.
El trono de Dios, en adelante, será una Cruz, y su territorio las almas en gracia. Allí reinará Cristo. Por eso, cuando comulgues hoy, póstrate ante esa sangre y déjate conquistar. Dile, desde lo profundo del corazón: «¡Me rindo a tu Amor!». ¡Qué preciosa jaculatoria!
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