Quien te acompaña en el fondo del abismo

Postrado, hundido en su propia miseria y mendigando algarrobas a los puercos, el hijo pródigo había tocado fondo. Y entonces, muerto de asco, decidió volver: Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre. Pero la vida nos dice que no todos los hijos pródigos son capaces de levantarse. En ocasiones, el pecado ha dejado tan debilitadas las fuerzas, y ha tejido en torno al pecador una red tan tupida, que ya no queda otra salida que la muerte. Triste, pero cierto.

Dios lo sabe. Y por eso envió a su Unigénito a recorrer el camino del hijo pródigo hasta ese barranco de tinieblas. El Verbo divino, a semejanza de aquel hijo, salió de la casa de su Padre, vino a este mundo maldito, y soportó las consecuencias del pecado. Míralo colgado del Madero, mendigando agua. Allí se postró junto al hijo pródigo, representado en aquel buen ladrón, y le ofreció su mano para que emprendiera el camino de vuelta.

Por eso, a quien no se sienta con fuerzas para volver a Dios, muéstrale la Cruz. Y mírala tú también, cuando te postre el pecado. Así sabrás que eres amado, incluso cuando estás cubierto de barro y de muerte.

(TC02S)