¡Quién hubiera estado allí!
Es verdad. Quién hubiera estado allí, en ese preciso lugar de la tierra, en ese preciso momento de la Historia en que el Hijo de Dios hecho hombre caminó entre los mortales. Qué afortunados fueron quienes convivieron con él.
¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron.
Con todo, frecuentemente me he preguntado si, de haber estado allí, lo hubiese reconocido. Si me hubiera contado entre quienes se rindieron a sus pies, o entre quienes lo tomaron por blasfemo y farsante. No es fácil responder. Pienso que, si le hubiera mirado a los ojos, me habría entregado a Él. En todo caso, Dios me ha hecho nacer en el mejor momento de la Historia para mí.
Sé que no lo veré con mis ojos hasta que Él vuelva. Pero también sé que los bienes que recibiré en su venida vendrán de la oración. Allí me serán reveladas las verdades y hermosuras que guarda Dios para sus pequeños.
Por eso, el Adviento debe ser tiempo de oración. A través de ella recibirá el alma lo que los ojos aún no pueden alcanzar.
(TA01M)