Que ya puedes amar como ama Dios

Si el Bautista señalaba al Mesías bautizado en el Jordán, la Iglesia, desde san Pablo, no para de señalar al Crucifijo. ¡Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo! Cualquier predicador que no señale a la Cruz está dando rodeos inútiles y aburriendo al auditorio.

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra. Imposible entender estas palabras sin mirar al Crucifijo. Él es la plasmación de ese corazón inagotable, que sigue amando en medio de los ultrajes, las bofetadas, los salivazos y el repudio.

«¡Es que Él era Dios!», me dice una persona a quien, señalando al Crucifijo, invito a perdonar a su enemigo. Le comprendo. El sermón de la montaña está muy por encima de nuestras fuerzas, nos es tan inalcanzable como la galaxia más lejana.

Sí. Él era Dios. Y dejó que traspasaran su costado para que puedas habitar en esa gruta. Clava tu corazón en la Cruz, y ama desde el suyo. Ahora es tuyo. Y deja de quejarte, que ya puedes amar como ama Dios.

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