¡Que no, que no está lejos el cielo!
Son muchos quienes hoy amanecen melancólicos con el recuerdo de sus difuntos. Si a esto le sumamos el añadido tenebroso y farsante del halloween, la batalla parece perdida. Pero repitamos que el día de difuntos es mañana. Hoy es día de luz, no de tinieblas. Hoy celebramos a todos los santos, nos alegramos con aquellos hermanos que han llegado a su destino. Felicitad a vuestros santos de cabecera (¿no los tenéis? Yo tengo unos veinte).
Si el cielo fuera un lugar que se encuentra al final de la vida, el camino sería agotador. Y muchos podrían pensar: «Si basta con confesar, como el buen ladrón, a dos metros de la meta, ya me confesaré cuando vaya a morir». Pero no es así. El cielo está muy cerca, podemos tocarlo y gozarlo en cada momento de oración, en cada misa. Despertamos cada mañana y saludamos a los santos, nos encomendamos a ellos antes de dormir, ellos velan nuestro sueño y nos protegen cada día.
Gozad del cielo aquí, en medio de las contrariedades, y un día lo disfrutaremos plenamente, cuando, tras morir del todo, hayamos sido transformados y llevados a ese banquete eterno con quienes más amamos y más nos aman.
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