¡Qué bien comemos cuando comemos bien!
No vino el Hijo de Dios a la tierra para acabar con el hambre en el mundo, porque esa tarea nos la ha dejado a nosotros. Pero habrá que reconocer que, cuando sació el hambre, lo hizo a conciencia. No se conformó con ofrecer un montadito de sardinas para poder aguantar hasta la cena, sino que alimentó a su pueblo con toda la abundancia de su poder de Dios. La gente comió hasta quedar saciada. ¿No habéis dicho nunca, después de una comida opípara: «Hoy no ceno»? Pues eso. No creo que aquellos hombres cenasen aquel día.
Entiéndelo bien, que se trata de un signo. No quiere el Señor que te pegues un banquete cada día. Recuerda el final de Epulón, y procura ser sobrio en el comer, en el beber, y en cualquier satisfacción de la carne. Incluso no te vendrá mal quedar siempre con un poco de hambre o un poco de sed, no vaya a desmandarse el cuerpo y a apoderarse de ti. Pero aquel alimento era signo del Pan que alimenta el alma, y el alma quiere Dios que se sacie de Cristo. ¿Por qué limitarte a comulgar los domingos, si puedes comulgar todos los días?
(TOI05S)