Porque Tú eres bueno

Hay una clave escondida en la parábola de los empleados en la viña. Cuando, al finalizar la jornada, los contratados a primera hora se quejan por haber cobrado lo mismo que sus compañeros llamados al atardecer, el propietario de la viña responde: ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así sabemos que ese propietario es Dios. Nadie es bueno sino sólo Dios (Lc 18, 19).

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia (Sal 106, 1). Por eso nos paga. No nos paga porque hayamos merecido recompensa; nos paga porque Él es bueno. Y cada día nos entrega ese denario bendito que jamás hubiéramos podido comprar con nuestro trabajo. La fila de los empleados que se acercan a por el salario es, ni más ni menos, la fila de los fieles que se acercan a comulgar de manos del sacerdote.

¡Qué gran denario es la Eucaristía! Cada día lo cobramos quienes queremos convertir la jornada en trabajo para Dios. Y Él, que tanto nos ama, nos entrega su cuerpo porque es bueno, porque es eterna su misericordia. No me da envidia que comulgue quien se ha confesado hace cinco minutos. Me llena de alegría.

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