¿Por qué la tentación?

Los evangelios dejan muy claro que el poder de Cristo sobre los demonios es absoluto: Jesús le increpó diciendo: «¡Cállate y sal de él!» Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño.

Pero ese poder también alumbra un misterio. Si los espíritus malignos obedecen al Señor, ¿por qué les permite seguir actuando? Personalmente, no me gusta hablar de los demonios, ni menos pensar en ellos. Creo que esos espíritus rebeldes se crecen cuando les damos protagonismo. Sus mejores aliados son los necios a quienes no se les caen los demonios de la boca. Pero, aunque pretenda no prestarles atención, soy consciente de su presencia cada día. ¿No sería más fácil seguir al Señor sin esas insidias?

Al pecar nos entregamos en manos del enemigo, y nada tiene de extraño que, tras ser redimidos por Cristo, el Maligno reclame lo que fue suyo. El propio Jesús quiso ser tentado. Y venció. Como sucede con la muerte, el camino no es quitarnos a ese moscardón de encima, sino sufrirlo pacientemente, abrazarnos al Salvador, y vencerlo unidos a Él. De este modo los demonios, sin pretenderlo, nos ayudarán a hacer penitencia por nuestras culpas.

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