Palabras de Cristo que no se cumplieron
Antes de que se celebrasen misas por todo el mundo, hubo un sábado en el que las palabras del evangelio de hoy resonaron una y otra vez en la cabeza de un hombre roto por el dolor:
Si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos.
Aquel hombre era Simón Pedro. La noche anterior había negado por tres veces a Jesús. Y aquellas palabras, con las que el Maestro se dirigió un día a los apóstoles, se clavaban en su pensamiento como puñales de fuego. Simón sabía que el pecado no es ninguna broma. Sabía que merecía ser negado ante Dios por el propio Jesús. Y sufría porque, sin Cristo, su vida no tenía sentido.
Pero quien conoció, y no negó, la gravedad de su pecado llegó a conocer también, poco después, la maravilla del perdón, de ese mismo perdón del que Judas se privó al huir de la misericordia y arrojarse en brazos de la muerte.
Jesús perdonó a Pedro, no lo negó ante su Padre. Y lo nombró pontífice de su Iglesia. Bendito arrepentimiento, y bendita humildad la de quien confiesa sus culpas. Bendito sacramento de la Misericordia.
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