Nueva ley, nueva alianza

El desierto supuso una experiencia terrible para Israel. Fueron años de muerte y de vida; de soledad y de noviazgo; de rebeldía y de purificación. Allí el pueblo elegido se quedó a solas con Yahweh, y Yahweh le hizo entrega, sobre el Sinaí, de la prenda de amor más preciada: la Ley. Escrita en tablas de piedra, aquella ley era el signo del desposorio entre Dios y su pueblo.

No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En el desierto de la Cuaresma, nos acercamos a otro monte, al Calvario. Y, allí, aquella ley grabada en piedra será llevada a plenitud en lo alto de una cruz. La antigua alianza, como los vestidos de un niño que ha crecido, o los de un fariseo movido a escándalo, se rasgará en pedazos. Y la nueva Ley no estará escrita en piedra, porque la nueva Ley es Cristo, y Cristo crucificado.

Estamos en el ecuador de la Cuaresma. Contempla el Crucifijo, abre tus ojos a la Ley nueva. Y pregúntate qué te separa de Él. Porque ése es, precisamente, el camino que te falta por recorrer en este desierto.

(TC03X)