Nuestro negocio familiar

almas sencillasA finales del siglo XIX y comienzos del XX, el marxismo inoculó en muchas culturas la concepción del trabajo como alienación. El capitalista, según esa ideología, le robaría al trabajador su propia persona, convirtiéndola en objeto de producción. Y, en consecuencia, el trabajo se convertiría en lucha entre poderosos y proletarios.

No sigo por ahí. Les dejo a políticos y filósofos la tarea de conceptuar las relaciones humanas. Yo me vengo a Cristo, a quien conocían en Nazaret como el hijo del carpintero, y os digo a vosotros lo que me digo a mí: Nosotros trabajamos siempre en casa.

Hagamos lo que hagamos, desde conducir un autobús a limpiar unos cristales, cuidar de los nietos o celebrar la santa Misa, trabajamos para Dios. Nos encontramos todos en el taller de José, y con nuestro desgaste diario procuramos, sobre todo, redimir almas. Por eso, unidos a Jesús, convertimos nuestro trabajo en prolongación del sacrificio redentor de la Cruz, renovado cada día en el altar. Y procuramos hacerlo muy bien, porque nuestro jefe no es el director de la oficina ni el Obispo, sino nuestro Padre Dios. Lo nuestro es un negocio familiar.

A nosotros, el trabajo no nos aliena. Nos santifica.

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