No cubras la luz que recibiste

velaComo casi siempre sucede con las palabras del Señor, las que hoy nos trae el evangelio sólo cobran pleno sentido cuando las aplicamos al propio Cristo. Una vez contempladas en su vida, pediremos que se reflejen en las nuestras.

Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse.

Él es la luz del mundo. Él vivió treinta años de vida oculta y, después, se mostró a los hombres durante tres años. Finalmente, convertido ya en una tea inextinguible, subió al candelero de la Cruz, desde donde alumbra la Historia y el Cosmos. Bendito candelero de la Cruz, faro de navegantes y guía de extraviados.

También nosotros necesitamos momentos de ocultamiento, de soledad con Cristo en la oración. Pero ay de nosotros si, después, no iluminásemos a quienes nos rodean. Ay de nosotros, si convirtiéramos nuestras familias y grupitos piadosos en vasijas que encierran la luz. Ay de nosotros si no subiéramos al candelero de la Cruz. En ese caso, se nos quitaría hasta lo que creemos tener.

(TOI25L)