No serás perdonado si no te postras
La mujer pecadora se postra a los pies del Señor, y con sus lágrimas le enjuga los pies. Simón, el fariseo, se escandaliza, y Jesús justifica a la mujer: se porta así porque se le ha perdonado mucho. Pero le echa en cara a Simón sus faltas de cortesía: ni lo había besado, ni lo había ungido. Trayendo el ejemplo a nuestros días, es como si yo invito a cenar a alguien y no le doy ni las buenas noches.
Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco. Si a Simón, según las palabras del Señor, se le perdonó poco… ¿fue porque tuviera menos pecados? ¿Era Simón mejor que aquella meretriz?
No; desde luego. Si se le perdonó poco, fue porque nunca pidió perdón. Y no lo pidió, porque se tenía por justo. Hay pecados, como la lujuria, que son difíciles de disfrazar. El lujurioso se siente sucio, tiene asco de sí mismo. Pero la soberbia es sibilina: se viste de ángel de luz, y puede hacer que el soberbio se tenga a sí mismo por santo mientras va camino del infierno.
Oye… ¿no deberías llorar un poco más?
(TOP24J)