No se turbe vuestro corazón

Escucho a muchos que me dicen: «Padre, no tengo miedo a la muerte. Sé que me espera Dios». Les creo, y secretamente los envidio, porque a mí la muerte me produce pánico. Es que la muerte es fea, muy fea. Se nota que es nieta del Demonio; por él vino el pecado, y el pecado engendró la muerte. Por eso Jesús, quien sudó sangre y experimentó angustia antes de morir, dijo a los suyos: No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí.

Creed… creed… La fe es la única fuerza capaz de reconciliarnos con la muerte. Porque la muerte, como ayer os decía del cielo, no está sólo al final de camino, sino que nos acompaña a cada paso. Disgustos, enfermedades, cansancios, humillaciones… sufrir no es sino morir a plazos. Entonces la fe nos muestra la Cruz, y, clavado en ella, el Amor. Ya no tienes que abrazarte a la muerte, sino al Crucificado, a Cristo. No se turbe vuestro corazón. Sé que, al final de mi vida, crucificado con Cristo, seré llamado por mi Padre, será su mano la que se pose en mi hombro y me diga: «Ven, hijo mío, ven y descansa».

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