No es el dolor, sino el amor

Al celebrar a la Virgen de los dolores, no celebramos a los dolores, sino a la Virgen. Y la llamamos «de los dolores» para indicar que su amor por su Hijo fue tan grande que no se retiró al llegar el dolor, sino que se manifestó compartiendo el sufrimiento de su Amado.

No es lo mismo, ¿verdad? Cuando me veas sufrir, no me felicites como si me hubiera tocado la lotería, porque no me ha tocado la lotería, sino que me han dado un disgusto. Y no es como para felicitarme. Cuando me veas sufrir, si me amas, ven y sufre conmigo. A ser posible, en silencio; porque, si abres la boca, es muy fácil que lo estropees. En silencio estuvo la Virgen al pie de la Cruz. Y en un silencio recogido y reverente nos acercamos nosotros a madre e Hijo, sobrecogidos ante ese misterio de amor. No hay lugar en este mundo como la Cruz.

Celebramos, también, que la gracia divina y el amor humano hicieron fecundos esos dolores, convirtiéndolos en dolores de parto y haciendo de María la Madre de la Iglesia.

No es preciso recordarlo, pero lo escribiré nuevamente: no celebramos el dolor, sino el amor.

(1509)