Ni corrección, ni fraterna
Un ser querido te ha hecho daño, y has decidido que vas a decirle «cuatro cosas “bien dichas”». Antes de hablar, ya has multiplicado tus propósitos por diez, y has decidido «cantarle las cuarenta». Ya no son cuatro, sino cuarenta; y no vas a hablar, sino a cantar; por soleares. Estás muy decidido, porque tienes al Evangelio de tu parte: Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Por supuesto que estaréis a solas; mejor que nadie vea la que vas a montar.
Antes de que hables, o cantes, permite que te quite el Evangelio de las manos; anda, no lo profanes atizando a tu prójimo un «evangeliazo». Así no se evangeliza.
¿Para qué lo vas a hacer? ¿Para ayudar a tu hermano, o para defenderte? ¿Para mostrarle el camino de la verdad, o para protegerte –o desquitarte– de él?
¿Por qué lo vas a hacer? ¿Por cariño, o por despecho? ¿Por celo, o por resentimiento?
¿Cómo lo vas a hacer? ¿Con delicadeza, o con brusquedad? ¿Con respeto, o «se va enterar»?
Y, ahora que tengo yo el Evangelio en la mano… ¿No sería mejor que te callases y esperases, al menos… un par de años?
(TOA23)