Muy por encima de la Ley y los profetas

A Moisés le entregó Dios la Ley en lo alto de un monte. Y a ese monte subía quien cumpliera aquellos preceptos. Una vez alcanzada la cima, allí esperaba al Mesías el judío observante.

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas.

Pero la ley y los profetas llegan hasta Juan (Lc 16, 16). Al cristiano se le da más, y se le pide más, porque el cristiano recibe el Espíritu que aún no había sido derramado en tiempos de Moisés.

Amamos a Dios con todo el corazón de Cristo, con toda el alma de Cristo, con toda la mente de Cristo. Y amamos al prójimo según el Mandamiento Nuevo, como Cristo nos amó.

Para amar así, para ser elevados tan por encima de la Ley, no basta con vivir en gracia; es preciso vivir de la gracia, tener verdadera vida espiritual. Nuestra oración debe identificarnos con Cristo de tal manera que sea Él quien ame en nosotros.

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